
Resiliencia y un riada de fraternidad, aprendizajes que la dana de Letur dejó al personal de atención psicosocial
Publicado 30 Oct 2025 08:48
ALBACETE 30 Oct. –
Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o a un estado o situación adversos. Esta es la definición de resiliencia, palabra que se ha popularizado en los últimos años, a raíz de las catástrofes que se han venido sucediendo, y que volvió a emerger en Letur, tal y como destacan desde Cruz Roja Albacete 365 días después del desastre.
«El principal aprendizaje que me deja lo ocurrido es el valor humano, la capacidad de las personas para adaptarse a la situación que están viviendo. Ese fue nuestro trabajo allí», relata Guadalupe Rubio, referente del Equipo de Respuesta Inmediata de Intervención Psicosocial (ERIE) de Cruz Roja Albacete, que estuvo 10 días en la localidad albaceteña, con la que estableció un vínculo, difícil de olvidar.
Así lo destacan ella y Milagros García, responsable provincial del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias de Logística y Albergue Provisional que se instaló en Letur el 29 de octubre de 2024, que han conversado con Europa Press,con motivo del primer aniversario de esta catástrofe natural que dejó seis víctimas mortales y una herida colectiva en unos de los municipios más emblemáticos de la región.
Y es que esta entidad, que forma parte del Plan de Emergencias de Castilla-la Mancha, cuenta con un equipo diseñado para atender grandes emergencias, catástrofes y situaciones de crisis, como las que pueden darse tras muertes traumáticas provocadas por accidentes, suicidios o defunciones repentinas de menores. Incluso sus efectivos han colaborado en emergencias de ámbito nacional, como el Volcán de La Palma.
Pero aquella noche se estrenaron en danas. Reclamado por el Servicio de Emergencias 112 de C-LM, en el caso de Letur fue el equipo de respuesta básica que Cruz Roja tiene en Elche de la Sierra el que llegó primero a la localidad serrana, pasadas las siete de la tarde. A esa hora ofreció una primera radiografía de la situación.
«Esos compañeros locales pidieron activar el equipo de Logística y Albergue y el de Intervención Psicosocial en previsión de que lo ocurrido allí era grave. Había personas desaparecidas, evacuadas y otras que habían tenido que ser rescatadas en situaciones límite. Se dio por hecho que iba a haber personas afectadas a nivel emocional».
Los profesionales de ambos equipos, testimonia Rubio, llegaron en torno a las 22.30 horas, cuando las tareas de búsqueda se habían suspendido. «La situación era desoladora. Al bajar del coche, lo único que se oía era el sonido atronador del arroyo. No se oía nada más. Había un silencia absoluto y no había luz», rememora.
Al llegar al colegio, que se habilitó como centro de acogida para las personas evacuadas y desplazadas, constataron que no había tantas personas para albergar como esperaban, pues habían sido realojadas en casas de familiares. «Pero sí empezaba a llegar gente superviviente, que tuvo que ser rescatada y quería incorporarse a las labores de búsqueda de los desaparecidos. Tenían la esperanza de poder encontrarles esa misma noche».
Fue en ese momento en el que se comenzó a prestar atención psicosocial con los familiares de los desaparecidos y otros vecinos que pasaron por situaciones muy traumáticas en esa riada.
Respecto a la sintomatología que presentaban las víctimas de la riada, y si fue similar a la de las víctimas de otras catástrofes naturales, como las de la erupción del volcán Cumbre Vieja, Rubio explica que, a diferencia de lo ocurrido en Letur y Valencia, la emergencia de la Palma no fue inminente, se alargó en el tiempo y se saldó sin muertes.
«Por contra, tanto en Valencia como en Letur, hubo personas desaparecidas y fallecidas y esto agrava las reacciones. Al ser una riada que no se previó, porque en Letur no estaba lloviendo, hubo gente que en un primer momento sufrió un estado de shock, tristeza, miedo y mucha incertidumbre. Son emociones que surgen ante una situación traumática, que van cambiando a lo largo de los días, en función de como va evolucionando la emergencia».
La misión de los integrantes de ese equipo, explica, es acompañar a las víctimas. «No podemos acabar con el dolor que están sufriendo, pero sí les ayudamos a ventilar las emociones que están sintiendo para que no se genere un problema crónico que pueda afectar a su salud mental y a su bienestar».
«Facilitamos que canalicen esos sentimientos, que pueden ser de culpabilidad por no haber podido salvar a una persona, o por no haber podido llegar antes. Tratamos de que normalicen y liberen esa energía emocional, para pasar de una fase de reacción a otra de aceptación, en la que las emociones serán otras».
Pero esta intervención de emergencia, precisa, no evita que muchos de los supervivientes de ese 29 de octubre acabaran siendo derivados para ser tratados en Salud Mental. «Somos el primer eslabón de la cadena. Hacemos ese primer parapeto, pero después esas personas necesitan otro tipo de acompañamiento más especializado para poder avanzar en su proceso de duelo, que en este caso es traumático, y no siempre van a poder hacerlo solas».
Lo que también sumó en la sanación de las personas afectadas es la segunda riada, la de solidaridad, que inundó Letur tras el paso de la dana. El apoyo social, detalla, es un elemento protector que frena el dolor y ayuda a normalizar lo que está ocurriendo.
«El pueblo entero se volcó con los familiares de las personas desaparecidas. Nosotros, desde los equipos, sentíamos ese apoyo. Nos costó irnos porque habíamos establecido un vínculo con el pueblo. Pero la fase de recuperación implica que esos apoyos recibidos se vayan retirando para que los afectados pueden empezar a retomar rutinas y adaptarse a la nueva situación».
Pero no solo los letureños necesitaban pasar página, también el personal de Cruz Roja precisaba poner distancia. «Aunque tenemos muchas herramientas, tenemos que ser conscientes de cuándo necesitamos retirarnos y descansar. Uno no puede enfrentarse a estas situaciones sin autocuidarse, porque si no, esos 10 días, podrían haber acabado con nosotras», admite Rubio.
Recuerdos vívidos de su llegada ese 29 de octubre al municipio de la sierra del Segura mantiene también la responsable del Equipo de Respuesta Inmediata e Emergencias de Logística y Albergue Provisional. «La bajada del coche fue impresionante. El ruido del agua, la oscuridad, el barro y la destrucción nos dejó noqueados».
Una vez superado ese primer impacto, estos profesionales curtidos en emergencias entraron en acción y comenzaron a acondicionar en el colegio espacios seguros para que las personas que estaban recibiendo atención psicológica no fuesen molestadas por cualquier factor externo. «Su situación emocional era un autentico shock, había mucho sufrimiento».
«A nivel logístico, se hizo un gran trabajo en equipo. Pudimos dar respuesta a todo lo que se nos iba pidiendo», destaca García, que detalla que Cruz Roja Albacete desplegó 80 camas, con respectivas mantas y kits de higiene, para cobijar a la legión de personas que participaban en las las labores de búsqueda y desescombro. Incluso llegaron a albergar a un gato.
«Apareció el primer día y estuvo con nosotros toda la emergencia hasta que apareció su dueño. Le llagamos a poner nombre, Romeo» rememora con humor Milagros García, a quien tampoco se le borra la «solidaridad infinita» que durante esos días desbordó Letur.
«Desde que amanecía hasta que anochecía llegaba mucha gente, incluso de otros pueblos, con comida o con palas, dispuestos a ayudar a limpiar. Fue una oleada imparable».
No obstante, esa empatía y fraternidad no evitaron que seis vecinos de este bonito pueblo fallecieran con la crecida de su arroyo. Ojalá, como ha escrito estos días la letureña más ilustre, María Rozalén, «el agua vuelva pronto a ser sinónimo de vida».
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