Publicado 23 Apr 2024 11:58 | Actualizado 23 Abr 2024 12:04

La edición toledana del diario Ya recaló en la capital regional a mediados de los 80 y publicó hasta 1993, dejado tras de sí una historia de 16 años que sirvió no sólo como escuela de periodistas sino, además, para hacer de sus páginas el testigo de una época en la que Castilla-La Mancha cogió forma de autonomía al mismo tiempo que el oficio del periodismo se adaptaba a un ecosistema cada vez más cambiante, desde el punto de vista tecnológico al publicitario, pasando por la relación con las fuentes o la forma de trabajar.

La autora del libro ‘El Ya de Toledo’, Ana Isabel Jiménez, afiló su pluma sólo durante los últimos tres meses de vida del periódico, y recuerda, en conversación con , cómo al día siguiente de recalar en esa redacción se decretó la suspensión de pagos. «Pensé que era un gran estreno», ironiza.

Su distancia, pese a su implicación por lo corto del espacio temporal que tecleó desde Nuncio Viejo para este periódico, le da una perspectiva «menos emocional» al no haber sido protagonista de los 16 años de portadas en el Ya de Toledo.

«Hay un libro que se podría haber escrito por alguno de los protagonistas que vivieron aquellos 16 años o una gran parte de esos 16 años, y hay otro libro que se ha escrito por alguien que desde fuera, conociendo la profesión y conociendo a los protagonistas, cuenta la historia», defiende.

En todo caso, sí asegura que no es un libro «exclusivamente para periodistas» ya que se empeña en simplemente contar «lo que pasa en un periódico de los 90».

Incluso, afirma, desde un punto de vista didáctico para aquellos periodistas en formación que «no se hacen a la idea de cómo hacer un periódico sin Internet, sin teléfono móvil, sin agencias y sin gabinetes».

La publicación se hacía «con unas limitaciones tecnológicas enormes», con informaciones mecanografiadas y papeles de calco mediante, fotos reveladas, empaquetadas y embarcadas en moto hacia las rotativas, un ecosistema ya pasado pero del que todavía se puede aprender.

Un libro que recoge «esa arqueología del periodismo» que también puede servir para enseñar a los ahora meritorios cómo se trabajaba una fuente, «cómo hay que buscarse la vida, bajando al bar, dándose una vuelta por Zocodover para encontrar la historia que contar».

Un periodismo que también se hacía «recibiendo a agente que venía a contar su historia a la redacción», una forma de ejercer la profesión «más directa, más de calle, que aún existe pero que se debería fomentar más».

Con todo, este libro «va a servir también a la ciudadanía de Toledo, porque es una parte importantísima de la vida de la ciudad y de la provincia, porque narra el día a día de la capital en esos 16 años».

Las preocupaciones de la gente, sus problemas, su «minuto a minuto», con extremos desde «cómo se forjó la identidad de Castilla-La Mancha» desde la pre autonomína, contando una génesis en la que se llegó a discutir por dónde habría de estar la capital.

Tras bucear durante meses a lo largo de 440 tomos de archivos que recogen la historia del Ya, se puede constatar como a mediados de los 80 la comunicación institucional «estaba en pañales» y la agenda informativa «no la marcaba la política», algo distinto a la actualidad, cuando los periodistas «apenas pueden desarrollar temas propios» por la sobre información de las administraciones.

«Ahora tenemos la inmediatez y la dictadura del dato, lo que nos ha hecho perder un poco lo humano del periodismo», lamenta la periodista.

Como testigo de una época, recuerda los hitos informativos que pudo imprimir el Ya, como la visita del Papa Juan Pablo II a Toledo, mítines de Santiago Carrillo o Felipe González, el incendio del antiguo hispital o la explosión de la Fábrica de Armas, sin dejar de lado las «grandes manifestaciones» contra el trasvase Tajo-Segura.

Todo ello en una «gran escuela» de periodismo en una cabecera que fue «la primera» formada con profesionales licenciados en Ciencias de la Información.

Entre los primeros espadas, recuerda a César García, Esther Esteban, Quique Sánchez Lubián, Leo López, Eloy García Orozco o Antonio González Jerez, todos ellos prestando servicio en lo que fueron sus inicios en que terminaron por ser prolíficas carreras.

En el libro también se aborda la evolución tecnológica, la adaptación de formatos, la inclusión de viñetas, la proliferación de columnistas o los inicios del sistema publicitario en un periódico pergeñado en la sede primada de España por la Editorial Católica, que tenía «mucho interés» en publicar en Toledo.

Se habla de «las cuentas» y los números más allá de «la parte romántica del periodismo», y es que la contratación publicitaria se abría paso con Marisa Moreno y con anuncios de clientes privados, sobre todo entidades financieras. «Había poca publicidad institucional y luego muchos anuncios pequeños. Un carpintero, un restaurante, un sastre, un bar, un salón de bodas…». «Si tradujéramos las cifras de publicidad del Ya a la actualidad, a más de un director le harían los ojos chiribitas».

Y es que el periódico fue pionero en nuevos formatos, desde la edición de semanales hasta especiales con motivo del Corpus, que sirvieron como soportes nuevos de publicidad.

«Este libro no es un anuario periodístico, pero es un libro de sentimientos y de emociones», recalca la escritora y periodista, que pone el acento en que la génesis del libro era un trabajo de final de máster que se abrió paso hasta ser encuadernado.

Casi 300 páginas hilvanadas con testimonios de «quienes han querido», teniendo en cuenta que el agitado final de la publicación provocó «muchos sentimientos y emociones». «Pero algunos sí han abierto su caja de recuerdos y han contado hasta donde han querido».

Cuenta Ana Isabel Jiménez en el epílogo cómo un café salvó al archivo. Tras plasmar que EDICA se deshizo en un momento de crisis económica y arguyendo la falta de espacio del archivo del diario Ya, recalca que «lo hizo sin contemplaciones, destruyéndolo».

Sobre el archivo gráfico del periódico, compuesto por cerca de 100.000 fotografías, se sabe que fue comprado por un particular que pagó 40.000 euros en una subasta pública. Su precio de salida era 1.500 euros. La subasta, celebrada en la sala Durán de Madrid, contó con varios pujadores, y la identidad del comprador nunca fue revelada, ya que ésta sólo se da a conocer cuando es el Estado quien realiza la compra o cuando el interesado lo autoriza expresamente.

Según el relato de la autora, el comprador, según se anunció al inicio de la subasta, firmó un documento en el que se comprometía a devolver aquellas imágenes que fueran reclamadas por las agencias o autores de las propias fotografías.

En el caso del archivo fotográfico de la edición toledana, «la casualidad y el buen hacer han jugado a partes iguales para que, no solamente se conserve una parte importante de las fotografías y negativos, sino que además esté catalogado, documentado, en proceso de digitalización y se pueda acceder a él», todo ello depositado en el archivo municipal de Toledo.

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