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Publicado 3 Jul 2025 15:29

CIUDAD REAL 3 Jul. –

El Parador de Almagro ha acogido este jueves un encuentro entre Cristina Hoyos y los medios de comunicación, en el marco del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. La bailaora, que esta noche recogerá el Premio Corral de Comedias 2025, se ha mostrado cercana, emocionada y agradecida por el reconocimiento.

La directora del Festival, Irene Pardo, ha señalado que con este galardón el certamen quiere subrayar «la trascendencia de Cristina Hoyos en las artes escénicas y la danza en España y como figura internacional». «Cristina Hoyos es un eslabón entre el Siglo de Oro y el siglo XXI, pasando por otro eslabón imprescindible de esa cadena que fueron Lorca y Manuel de Falla», ha añadido.

«Es la primera vez que se da este premio a la danza y tiene que ver con esa idea de un festival más complejo», ha advertido Pardo. «Coincide con el hecho de que el Museo Nacional del Teatro se ha renombrado Museo Nacional de Artes Escénicas, así que vayamos desdibujando los límites, quitando las etiquetas o, en lugar de quitarlas, sumarlas».

Acompañada por su marido, el bailaor Juan Antonio Jiménez, Cristina Hoyos ha compartido su alegría, su arte y sus recuerdos, ha informado el Festival en nota de prensa.

«Nací en Sevilla, en el Corral Trompero, en la calle Vírgenes. Al lado estaba la calle Almirante Hoyos, que bromeaba yo que sería mi abuelo», rememora. «Éramos una familia pobre pero mi padre hizo unos trabajos y con ese dinero compró una radio. Yo la escuchaba y me ponía a bailar, sobre todo las cosas de Lola Flores y toda esta gente. ¡La vecina de abajo se quejaba porque se le caía todo!».

Hoyos ha tenido también unas palabras para sus primeros maestros. «Con Adelita Domingo fue con quien yo empecé. Era sobre todo era maestra de cante y fue quien me preguntó: ‘A ti, ¿qué te gusta más? ¿Bailar o cantar?’ Le respondí: ‘A mi, bailar’. Y me ponía a bailar todo tipo de músicas. Y así empecé enseguida en el teatro San Fernando de Sevilla. Al poco tiempo yo ya dirigía todo. Estaba siempre allí metida, era la primera que llegaba y la que se iba la última. Eso lo tengo yo dentro».

O también de Enrique el Cojo, «que tenía de todo, el pobre: era bajito, gordito, no oía nada, tenía un pie más alto que el otro. Pero era una maravilla. En algunos momentos se fue a trabajar con Manuela Vargas, una gran bailaora, pero a quien aplaudían era al Cojo».

Y, por supuesto, de Antonio Gades, con quien se fue a trabajar a Madrid: «Era un personaje estupendo. Como artista, increíble. Cómo bailaba, cómo se colocaba, cómo decía. Era un hombre de teatro total. Con él estuvimos juntos mi marido Juan y yo veintitantos años. Pero yo me acordaba de mi tierra, de Andalucía. Y entonces le dije a Juan que me gustaría ir a Sevilla, ver cómo está la gente bailando y cantando. Al llegar a Sevilla empezamos un espectáculo y lo llevamos a muchos sitios».

«¡He bailado en tantos sitios! Desde Madrid a Moscú. Por ejemplo, en la Ópera Garnier de París donde no ha bailado ninguna flamenca. Pero su director me vio y nos programaron. Fue una semana maravillosa. Se me está poniendo la piel* porque cuando cerraron el telón -que lo cerraron un montón de veces- los técnicos que estaban detrás rompieron a aplaudir porque nunca habían visto flamenco allí.

«Cuando subo a un escenario siempre me entra algo adentro y me olvido de lo demás. Mi cabeza está en mis brazos, en mi mirada, para que el público vea que esto es para vosotros. Lo hago con el corazón, las tripas, con todo. ¡Y con mis brazos, claro!», ha concluido.

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