
El futuro incierto de los niños rohingyas en Bangladesh: una infancia perdida en los campos de refugiados
Publicado 27 Nov 2025 19:26
Miles de menores y adolescentes quedan expuestos a la inseguridad y la violencia por los recortes de financiación a la ayuda global
COX’S BAZAR (BANGLADESH), 27 (De la enviada de Europa Press, Guiomar Quintana)
En Cox’s Bazar, un distrito situado en el extremo meridional de Bangladesh y bañado por las aguas del golfo de Bengala, miles de niños birmanos de etnia rohingya subsisten en el mayor asentamiento de refugiados del mundo.
La zona, considerada una de las más pobres del país, alberga una pesadilla humanitaria; una infancia truncada y un futuro incierto para más de un millón de personas apátridas que han llegado a territorio bangladeshí huyendo de la persecución, la violencia y la limpieza étnica.
Las cifras son estremecedoras: el 78 por ciento de los refugiados que viven hacinados en los 33 campos de Ujiya y Teknaf, y a los que hay que sumar los de la isla de Bhasan Char, son mujeres y niños.
Esta población, en su gran mayoría musulmana, vive ahora atrapada en el limbo, a tan solo unos kilómetros de una frontera que sirve de límite entre el presente y el pasado, que los separa de su tierra originaria, aún en guerra.
La crisis, vinculada al devenir de un conflicto armado que parece irresoluble, empeora a medida que desciende la financiación global a la ayuda humanitaria, vital para una población dependiente y vulnerable, que se niega a renunciar a sus raíces.
«Llegué aquí en 2017 cuando era solo un niño. En Birmania no podíamos ir a la escuela. Quiero que la gente sepa lo que pasa aquí, cómo vivimos. Queremos salir de aquí y tener la oportunidad de estudiar. Mira cómo está todo», lamenta H., de 15 años, que pide permanecer en el anonimato. «La seguridad ha vuelto a empeorar», afirma, antes de alertar de la presencia de grupos armados.
H. fue uno de los miles de niños que llegaron a los campos tras la gran campaña puesta en marcha hace ocho años por el Tatmadaw –el Ejército de Birmania, un país principalmente budista– y que provocó el desplazamiento de unas 740.000 personas procedentes del estado fronterizo de Rajine, donde miles de civiles siguen expuestos a los ataques.
Al contrario de los casi 40.000 rohingyas que llegaron en los años 90, los desplazados tras esta brutal campaña carecen de las garantías y las protecciones que les reserva el Derecho Internacional. Despojados del estatus de refugiado, son descritos por Bangladesh como «ciudadanos birmanos desplazados a la fuerza», un título que los relega a la nada.
Esta idea subyace a las políticas internas y ha ido permeando no solo en la conciencia colectiva bangladeshí, sino también en el interior de los campos, donde provoca divisiones y moldea las relaciones, también entre refugiados y comunidades de acogida.
La situación es compleja para rohingyas como Abdul Wahid y Sadia Aktar, una pareja de 25 y 22 años que contrajo matrimonio hace unos años y que llegó al campo 4 cuando él tenía 17 y ella 14. Procedentes de la localidad de Buthidaung, muy cerca de la frontera, decidieron cruzar para salvar sus vidas.
«Vinimos en septiembre de 2017, había ataques continuamente y tuvimos que atravesar el bosque y huir en un bote junto a decenas de personas. Tardamos 20 días en llegar. No pudimos traer ningún objeto personal con nosotros», relata Wahid.
Atemorizado por la inseguridad y la posible falta de alimentos, lamenta la poca esperanza que hay en los campos para su familia y sus hijos, ambos menores de tres años: «me preocupan ellos, me preocupan sus estudios». «También hay problemas con el tratamiento médico. Hay algunos centros sanitarios, pero si la situación es grave hay que salir de los campos, y para eso hace falta un permiso especial de las autoridades», afirma Wahid en una entrevista a Europa Press.
La pareja asegura que su deseo es volver a Birmania si la situación «cambia», un relato común entre los refugiados; sopesar la idea de un futuro alternativo. «Si hubiera seguridad, querría volver, pero para eso necesitamos que nos den la nacionalidad», afirma Aktar, que recuerda la difícil realidad de una población que no tiene acceso a la ciudadanía desde los años 80, cuando la dictadura del general Ne Win dejó de expedir documentos para los rohingyas.
El recrudecimiento de los enfrentamientos entre el Ejército de Birmania y el rebelde Ejército de Arakán (también acusado de cometer atrocidades contra los rohingyas a medida que cosecha avances en Rajine) ha empeorado la situación de seguridad en los campos de Cox’s Bazar, especialmente desde el año 2024.
El descenso de las ayudas, especialmente de donantes significativos como Estados Unidos y la Unión Europea, propicia que los menores se expongan a mayores riesgos. «La comida es lo primero. Salimos a buscar trabajo pero no tenemos opciones. No hay oportunidades porque no somos considerados refugiados», explica otro residente de la ristra de barracas de plástico y bambú que conforman el campo 4.
«Esto afecta a mucha gente. Hay mucha incertidumbre. No puedo hablar de que la misión esté en peligro, pero nadie sabe qué pasará en el futuro», explica Rokibul Alam, del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que no oculta el temor a que la reorganización de los presupuestos repercuta en la salud de los refugiados.
La alimentación es la principal preocupación de la población de estos asentamientos, donde la desnutrición vuelve a acechar a miles de niños. Jida Bibi, una mujer de 35 años que vive en el campo 15, ha tenido que solicitar asistencia específica para tratar a su hijo más pequeño, que tiene tan solo unos meses.
Ahora, busca concienciar a otras madres de la importancia de recibir alimentos suficientes durante el periodo de gestación. «Cuando estaba embarazada no obtuve alimento suficiente. Vine hasta aquí en 2017 con mi madre, pero mis hermanos se quedaron en Birmania», manifiesta durante una visita a un centro de UNICEF especializado en desnutrición.
«Quiero que otras madres sean conscientes de la importancia de que los niños reciban suficientes alimentos y que, si hace falta, se desplacen hasta sitios como estos para que sus hijos sean tratados. El resto de mis hijos están creciendo, pero no hay comida suficiente para todos», sostiene.
Estos tratamientos son importantes para evitar consecuencias a largo plazo, insisten los expertos. «Si no tratamos a los niños con desnutrición aguda corren el peligro de morirse. Pero necesitamos financiación. Seguimos adelante a pesar de la crisis, pero 2026 va a ser peor», dice Owen Nkhoma, de la oficina de comunicación de UNICEF en Cox’s Bazar.
«Nuestro mayor problema ahora mismo es hacernos con los recursos suficientes. Si no hay fondos, miles de niños estarán en peligro. La situación de los rohingyas es cada vez peor porque dependen íntegramente de la ayuda humanitaria», explica Nkhoma, que apunta a que una falta de alimentos provocará enfermedades que «les impedirá crecer bien». «Esta falta de financiación es un nuevo capítulo en la tragedia rohingya y tenemos que analizar cómo pueden contribuir los actores políticos», añade.
Para las organizaciones que trabajan sobre el terreno, la cuenta atrás parece haber comenzado: mientras debaten la forma de reestructurar el presupuesto, miles de niños se convierten en la cara visible de la lucha contra el olvido.
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