
El caos marca la pauta de los 100 primeros días del nuevo mandato de Donald Trump
Publicado 29 Apr 2025 10:26
El presidente da un vuelco total a la realidad estadounidense a través de la radicalización de su principio «América primero»
Con la experiencia ganada de su primer mandato y protegido por un aura de invulnerabilidad tras sobrevivir a un intento de asesinato y a varios procesos judiciales durante estos últimos cuatro años, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha desatado durante los cien primeros días de su segunda y todavía más extrema era en el poder una sucesión de golpes de efecto que han sacudido por igual a aliados internacionales, mercados y a los pilares de la Constitución norteamericana.
En poco más de tres meses, los líderes europeos se han visto obligados a afrontar una nueva realidad donde su histórica alianza con Estados Unidos está claramente en entredicho tanto en el terreno de seguridad como en el económico. Trump ha roto la baraja y emprendido conversaciones directas con Vladimir Putin para resolver la guerra en Ucrania dejando en segundo plano a Kiev y la Unión Europea, reducido el conflicto en Oriente Próximo a una cuestión inmobiliaria con sus planes de convertir Gaza en un paraíso turístico y el frágil equilibrio económico con China ha saltado por los aires con la declaración unilateral de una guerra arancelaria.
De puertas hacia adentro, el opositor Partido Demócrata, derrotado en ambas cámaras del Congreso y sin líder a la vista, se ha convertido en testigo incapacitado de otros dos conflictos internos a gran escala.
Primero, el desatado entre la Administración Trump y la judicatura del país a raíz de la ola de órdenes ejecutivas firmadas por el presidente nada más poner pie otra vez en la Casa Blanca, muchas de ellas disputadas en los tribunales, comenzando por las que marcan la doctrina de una nueva y todavía más agresiva política migratoria.
Segundo, la reducción sistemática, cuando no eliminación, de agencias e instituciones bajo la supervisión del que ha sido uno de los grandes nombres que han acompañado a los primeros cien días de la Presidencia Trump: el hombre más rico el mundo, Elon Musk.
El discurso pronunciado por el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero anunció a Europa las líneas maestras de la nueva política exterior de Trump. Tras denunciar una «pérdida de valores», Vance avisó de que con el presidente de EEUU había llegado un nuevo «sheriff» en la ciudad. Para entonces, Musk ya había declarado su respaldo al ultraderechista partido Alternativa para Alemania antes de las elecciones. Vance ignoró las críticas de injerencia electoral.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ya avanzó que «el aliado que es Estados Unidos ha adoptado una nueva agenda» y lo que ocurrió el 28 de ese mes terminó por cimentar esa idea: una insólita bronca a tres entre Trump, Vance, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ante los medios de comunicación en el Despacho Oval de la Casa Blanca que certificó el total desencuentro entre Kiev y Washington por la decisión del presidente estadounidense de abrir un canal directo de diálogo con Putin para terminar con la guerra de Ucrania, un esfuerzo todavía infructuoso.
El mismo factor sorpresa se aplica a la guerra de Gaza. También en febrero, apenas un mes tras asumir el cargo, Trump se sacó de la manga un plan de paz que contemplaba la expulsión forzada de los dos millones de palestinos del enclave para convertirlo en una zona turística, una iniciativa condenada al unísono por los países de la región — de «delirante» lo calificó el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas — y la Unión Europea.
Trump se ha defendido esgrimiendo que su prioridad es la de salvar vidas y culpando a sus predecesores, los demócratas Joe Biden y Barack Obama, de haber provocado o alimentado estas guerras. Pero, en faena, sus negociadores no han arrojado resultados tangibles. Rusia y Ucrania han seguido intercambiando bombardeos y fuerzas rusas han multiplicado ataques contra objetivos civiles. Trump, este pasado sábado, condenó abiertamente los bombardeos del Ejército ruso y llegó a especular con que Putin le estaba «dando largas».
En Gaza, tras un esperanzador alto el fuego, Israel ha reanudado su campaña militar y no solo ha rechazado abandonar el enclave como pide el movimiento islamista Hamás para seguir devolviendo a los rehenes del 7-O, sino que ha extendido su presencia en el norte y en el sur del territorio y agravado la crisis humanitaria con el cierre de la frontera.
Un tercer gran esfuerzo adicional, la reapertura de relaciones con Irán, ha comenzado con buen pie como demuestran las tres rondas de conversaciones mantenidas hasta el momento, pero el camino se antoja largo, porque Teherán no olvida que fue Trump quien decidió abandonar unilateralmente en 2018, durante su primer mandato, el histórico acuerdo nuclear firmado tres años antes en una decisión que volvió a aislar a la república islámica de la comunidad occidental.
La animadversión de Trump hacia el estamento judicial del país ha alcanzado una nueva dimensión durante estos primeros cien días. «Lo que necesitamos son jueces valientes», manifestó Trump este pasado domingo, tras describir como una «locura» la política migratoria de su predecesor Biden, que «permitió a criminales de todo tipo entrar en el país son consecuencia alguna». Dicho y hecho, Trump activó una arcaica ley del siglo XVIII para expulsar en caliente a migrantes irregulares acusados de pertenencia a una organización criminal a la temible supercárcel CECOT de El Salvador.
Cuando organizaciones por los derechos civiles de Estados Unidos comenzaron a denunciar que algunos de los expulsados no presentaban vínculos claros con estas organizaciones y que el proceso entero representaba un atentado contra el debido proceso y los derechos de los afectados, el propio Supremo de EEUU — cuya composición mayoritariamente conservadora fue uno de los grandes triunfos de la primera Administración Trump — tuvo que acabar declarando, hace poco más de una semana, la suspensión de este procedimiento.
«No podemos juzgar a millones y millones de personas», protestó Trump el domingo, una declaración extensible a otros procesos judiciales abiertos contra su administración por prohibir a las personas transgénero servir en el Ejército de EEUU, la dimisión voluntaria de trabajadores federales o la suspensión de subvenciones y préstamos federales.
Las universidades tampoco se han librado de su ira al ordenar la congelacion de fondos contra estas «instituciones antisemitas de extrema izquierda con estudiantes de todo el mundo que quieren destrozar el país».
Este proteccionismo radical acabó extendiéndose al terreno económico. El 2 de abril, en el llamado «Día de la Liberación», Trump anunció una estrategia de tarifas recíprocas bajo la noción de que Estados Unidos estaba siendo víctima de una estafa comercial orquestada por la comunidad internacional, con China a la cabeza. El presidente ha asegurado que Pekín ya está abierta a negociaciones pero, en público, el gigante asiático se ha mantenido firme, mientras los gráficos de las bolsas se han convertido en una montaña rusa.
En medio de sucesivos embrollos, escándalos como la incorporación de un periodista a un grupo del Departamento de Defensa que estaba divulgando información clasificada sobre un ataque a Yemen pasan relativamente desapercibidos. «Nada de eso importa. Es ruido», explicó al portal Axios un funcionario de la Casa Blanca sobre las críticas a la Administración. Es más: el que fuera jefe de gabinete del vicepresidente Mike Pence, Marc Short, cree que, cien días después, la nueva versión de Trump se encuentra en su entorno ideal: un presidente que «prospera en el caos» y ello «forma parte de su estilo de liderazgo».
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